|
|
|
|
|
|
Houve quem arregalasse os olhos e abanasse a cabeça, incrédulo. Mas era evidente que a violência há muito se infiltrara naquela família. Havia um senhor e uma serva. E a serva, às vezes, produzia frases duras: "Quero cortar o cabelo, aquele cachorro não deixa."
Fiquei com esta frase na cabeça ao visitá-la uma tarde, em Brighton, no Sul de Inglaterra, já lá vão uns doze anos. Lembro-me de fazer a viagem de regresso a Londres absorta. Que diabo era aquilo? O que a mantinha unida àquele homem? Porque não o deixava?
Tantos fios atam uma vítima de violência doméstica. Que dirá a família? Que dirão os vizinhos? Um casamento é para a vida. Cada um tem a sua cruz. Ele vai mudar. Ele não é sempre assim. Ele é o pai dos meus filhos. Vou mandar prendê-lo? Fugir para onde? Viver de quê? Que será dos meus filhos? E se ele vem atrás de mim? E se ele me mata?
No ano passado, a notícia chegou-me por telefone. Ele ameaçara-a e ela pegara nos filhos e saíra porta fora. Fora à esquadra apresentar queixa e instalara-se em casa dos pais. Sim: a situação alterara-se. Ela regressara à ilha, tinha emprego e retaguarda familiar. Celebrei a libertação dela com vinho e com queijo. E, como todos em redor, temi pela sua segurança.
Os familiares ouviam com espanto o relato do que fora aquele casamento de 17 anos. Alguns culpavam-se por de nada terem desconfiado - choravam com ela, choravam por ela. Todos pareciam querer apoiá-la. E ela bem precisava - ele recusava-se a dar um cêntimo aos filhos.
Há pouco, nova notícia. Decretado o divórcio, o Tribunal de São Vicente decidiu que ela e os miúdos têm direito de morar na casa construída pelo casal até o imóvel ser vendido. Eles pediram para ir. E ela quis fazer-lhes a vontade. Imaginei-o furioso. E tornei a temer pela segurança dela. Agora, soube que ele rugiu. E que ela e os miúdos recuaram.
Não sei quem foi o juiz que tomou esta decisão, mas gostaria de cumprimentá-lo neste 25 de Novembro, Dia Internacional da Eliminação da Violência Contra as Mulheres. Por todo o país, mulheres fogem de casa desesperadas. Eles, os agressores, tendem a beneficiar dos bens do casal, enquanto elas, as vítimas, andam às aranhas, a pedir favores, com os filhos atrás. É preciso inverter isso. Se não pelas mulheres, pelas crianças.
Quantas terão ainda de mudar de escola, de se separar dos seus amigos, de perder as suas coisas? O medo não pode ter tudo - o medo já teve demasiado. Mas para o medo deixar de ter tudo é preciso o sistema garantir uma efectiva protecção às vítimas.
Bonito espectáculo el de Madrid invadido por cientos de miles de jóvenes procedentes de los cinco continentes para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud que presidió Benedicto XVI y que convirtió a la capital española por varios días en una multitudinaria Torre de Babel. Todas las razas, lenguas, culturas, tradiciones, se mezclaban en una gigantesca fiesta de muchachas y muchachos adolescentes, estudiantes, jóvenes profesionales venidos de todos los rincones del mundo a cantar, bailar, rezar y proclamar su adhesión a la Iglesia católica y su "adicción" al Papa ("Somos adictos a Benedicto" fue uno de los estribillos más coreados).
Ninguna iglesia podría ser democrática sin renunciar a sí misma y desaparecer
La cultura no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo, salvo para pequeñas minorías
Salvo el millar de personas que, en el aeródromo de Cuatro Vientos, sufrieron desmayos por culpa del despiadado calor y debieron ser atendidas, no hubo accidentes ni mayores problemas. Todo transcurrió en paz, alegría y convivencia simpática. Los madrileños tomaron con espíritu deportivo las molestias que causaron las gigantescas concentraciones que paralizaron Cibeles, la Gran Vía, Alcalá, la Puerta del Sol, la Plaza de España y la Plaza de Oriente, y las pequeñas manifestaciones de laicos, anarquistas, ateos y católicos insumisos contra el Papa provocaron incidentes menores, aunque algunos grotescos, como el grupo de energúmenos al que se vio arrojando condones a unas niñas que, animadas por lo que Rubén Darío llamaba "un blanco horror de Belcebú", rezaban el rosario con los ojos cerrados.
Hay dos lecturas posibles de este acontecimiento, que EL PAÍS ha llamado "la mayor concentración de católicos en la historia de España". La primera ve en él un festival más de superficie que de entraña religiosa, en el que jóvenes de medio mundo han aprovechado la ocasión para viajar, hacer turismo, divertirse, conocer gente, vivir alguna aventura, la experiencia intensa pero pasajera de unas vacaciones de verano. La segunda la interpreta como un rotundo mentís a las predicciones de una retracción del catolicismo en el mundo de hoy, la prueba de que la Iglesia de Cristo mantiene su pujanza y su vitalidad, de que la nave de San Pedro sortea sin peligro las tempestades que quisieran hundirla.
Una de estas tempestades tiene como escenario a España, donde Roma y el gobierno de Rodríguez Zapatero han tenido varios encontrones en los últimos años y mantienen una tensa relación. Por eso, no es casual que Benedicto XVI haya venido ya varias veces a este país, y dos de ellas durante su pontificado. Porque resulta que la "católica España" ya no lo es tanto como lo era. Las estadísticas son bastante explícitas. En julio del año pasado, un 80% de los españoles se declaraba católico; un año después, solo 70%. Entre los jóvenes, 51% dicen serlo, pero solo 12% aseguran practicar su religión de manera consecuente, en tanto que el resto lo hace solo de manera esporádica y social (bodas, bautizos, etcétera). Las críticas de los jóvenes creyentes -practicantes o no- a la Iglesia se centran, sobre todo, en la oposición de ésta al uso de anticonceptivos y a la píldora del día siguiente, a la ordenación de mujeres, al aborto, al homosexualismo.
Mi impresión es que estas cifras no han sido manipuladas, que ellas reflejan una realidad que, porcentajes más o menos, desborda lo español y es indicativo de lo que pasa también con el catolicismo en el resto del mundo. Ahora bien, desde mi punto de vista esta paulatina declinación del número de fieles de la Iglesia católica, en vez de ser un síntoma de su inevitable ruina y extinción es, más bien, fermento de la vitalidad y energía que lo que queda de ella -decenas de millones de personas- ha venido mostrando, sobre todo bajo los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI.
Es difícil imaginar dos personalidades más distintas que las de los dos últimos Papas. El anterior era un líder carismático, un agitador de multitudes, un extraordinario orador, un pontífice en el que la emoción, la pasión, los sentimientos prevalecían sobre la pura razón. El actual es un hombre de ideas, un intelectual, alguien cuyo entorno natural son la biblioteca, el aula universitaria, el salón de conferencias. Su timidez ante las muchedumbres aflora de modo invencible en esa manera casi avergonzada y como disculpándose que tiene de dirigirse a las masas. Pero esa fragilidad es engañosa pues se trata probablemente del Papa más culto e inteligente que haya tenido la Iglesia en mucho tiempo, uno de los raros pontífices cuyas encíclicas o libros un agnóstico como yo puede leer sin bostezar (su breve autobiografía es hechicera y sus dos volúmenes sobre Jesús más que sugerentes). Su trayectoria es bastante curiosa. Fue, en su juventud, un partidario de la modernización de la Iglesia y colaboró con el reformista Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII.
Pero, luego, se movió hacia las posiciones conservadoras de Juan Pablo II, en las que ha perseverado hasta hoy. Probablemente, la razón de ello sea la sospecha o convicción de que, si continuaba haciendo las concesiones que le pedían los fieles, pastores y teólogos progresistas, la Iglesia terminaría por desintegrarse desde adentro, por convertirse en una comunidad caótica, desbrujulada, a causa de las luchas intestinas y las querellas sectarias. El sueño de los católicos progresistas de hacer de la Iglesia una institución democrática es eso, nada más: un sueño. Ninguna iglesia podría serlo sin renunciar a sí misma y desaparecer. En todo caso, prescindiendo del contexto teológico, atendiendo únicamente a su dimensión social y política, la verdad es que, aunque pierda fieles y se encoja, el catolicismo está hoy día más unido, activo y beligerante que en los años en que parecía a punto de desgarrarse y dividirse por las luchas ideológicas internas.
¿Es esto bueno o malo para la cultura de la libertad? Mientras el Estado sea laico y mantenga su independencia frente a todas las iglesias, a las que, claro está, debe respetar y permitir que actúen libremente, es bueno, porque una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos -empezando por la corrupción- si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta individual cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad.
Durante mucho tiempo se creyó que con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, esa forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos que esa era otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas. Y sabemos, también, que aquella función que los librepensadores decimonónicos, con tanta generosidad como ingenuidad, atribuían a la cultura, esta es incapaz de cumplirla, sobre todo ahora. Porque, en nuestro tiempo, la cultura ha dejado de ser esa respuesta seria y profunda a las grandes preguntas del ser humano sobre la vida, la muerte, el destino, la historia, que intentó ser en el pasado, y se ha transformado, de un lado, en un divertimento ligero y sin consecuencias, y, en otro, en una cábala de especialistas incomprensibles y arrogantes, confinados en fortines de jerga y jerigonza y a años luz del común de los mortales.
La cultura no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo, salvo para pequeñas minorías, marginales al gran público. La mayoría de seres humanos solo encuentra aquellas respuestas, o, por lo menos, la sensación de que existe un orden superior del que forma parte y que da sentido y sosiego a su existencia, a través de una trascendencia que ni la filosofía, ni la literatura, ni la ciencia, han conseguido justificar racionalmente. Y, por más que tantos brillantísimos intelectuales traten de convencernos de que el ateísmo es la única consecuencia lógica y racional del conocimiento y la experiencia acumuladas por la historia de la civilización, la idea de la extinción definitiva seguirá siendo intolerable para el ser humano común y corriente, que seguirá encontrando en la fe aquella esperanza de una supervivencia más allá de la muerte a la que nunca ha podido renunciar. Mientras no tome el poder político y este sepa preservar su independencia y neutralidad frente a ella, la religión no sólo es lícita, sino indispensable en una sociedad democrática.
Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos por eso de lo ocurrido en Madrid en estos días en que Dios parecía existir, el catolicismo ser la religión única y verdadera, y todos como buenos chicos marchábamos de la mano del Santo Padre hacia el reino de los cielos.
© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2011. © Mario Vargas Llosa, 2011.
|
|
|
Artigo de Opinião de : Alberto João Jardim |
CARTA ABERTA DE ELIANE SINHASIQUE (jornalista e publicitária) PARA RENATO ARAGÃO (o Didi da REDE GLOBO DE TELEVISÃO) . . . . . !!! Nota DEZ para essa mulher ! Parabéns ! R E P A S S E M . . . . . . |
La selección colombiana no consiguió llegar la última jornada del Mundial Sub 20 de fútbol, pero eso no significa que el país no se esté jugando nada en la final de este sábado.
Mientras Brasil y Portugal se enfrenten por el título, el país anfitrión hará todo lo posible para que el cierre del torneo confirme la excelente impresión que Colombia ha causado entre jugadores, periodistas y visitantes.
"Definitivamente Colombia hizo un mundial al nivel de las grandes competiciones de la FIFA", dijo el viernes el presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociado, Sepp Blatter.
"Confirmo que, efectivamente, a la fecha, este es el mejor (Mundial Sub 20 de la historia)", dijo por su parte el presidente del comité organizador, Rafael Salguero.
Y para un país obsesionado por reparar una imagen dañada por un conflicto armado de décadas y por el flagelo del narcotráfico, un torneo exitoso no podía ser más importante.
De hecho, en Colombia muchos todavía no superan la decepción causada por la decisión del presidente Belisario Betancourt de renunciar, en 1982, a la organización del Mundial de mayores de 1986, que eventualmente tuvo lugar en México.
Betancourt estimó en ese momento que el país tenía otras prioridades, y Colombia se consoló con el premio Nobel de Literatura otorgado poco antes a Gabriel García Márquez y con la idea de que ya se presentarían nuevas oportunidades.
La intensificación del conflicto armado y de la violencia asociada al narcotráfico, sin embargo, pronto hicieron que esa posibilidad se volviera impensable.
Y la organización, casi tres décadas más tarde, de la competencia que según Sepp Blatter es "la segunda en importancia de la FIFA", es un poderoso testimonio de lo mucho que han cambiado las cosas en el país en los últimos diez años.
Vitrina al mundo
Colombia espera además que el Mundial Sub 20 le ayude a hacer que el mundo reconozca esos cambios.
"Me encantó (que Colombia fuera sede del Mundial), porque eso atrae muchos extranjeros", le dijo a BBC Mundo Shirley Flores, una bogotana de 33 años.
"La imagen que tenemos en el extranjero no es la mejor, pero así pueden ver el don de gentes que tienen los colombianos", agregó.
En términos similares se expresó Juan Rodríguez, de 62 años, a pesar de que no le gusta el fútbol.
"Así se dan cuenta de que no somos tan violentos, tan pobres, y que tenemos gente que sirve para todo", afirmó.
Y a juzgar por la experiencia de David Novo, periodista del diario deportivo Record de Portugal, la estrategia parece estar funcionando.
"Antes tenía la idea de que era un país con poca seguridad, pero cambié de idea totalmente", le dijo a BBC Mundo después de la conferencia de prensa de Sepp Blatter.
"He visto mucha seguridad y pude comprobar que es un país muy hospitalario. Sólo tengo cosas buenas que decir del país. Voy a recomendar que las personas vengan a Colombia", afirmó.
Y algo parecido le ocurrió a Carlo Pizzigoni, quien llegó a Colombia para cubrir el torneo para la revista Il Guerin Sportivo y para el canal de televisión Sky Italia.
"Francamente tenía muchos prejuicios. Pero ninguno sobrevivió a este viaje. El torneo estuvo muy bien organizado y me sentí muy a gusto con la gente, pues todos son muy amables".
Legado
Obviamente, el nivel de exposición que garantiza un Mundial Sub 20 no se puede comparar con el que genera el torneo de mayores.
Mientras este último es visto en todo el mundo, los mundiales juveniles atraen sobre todo a los estudiosos del fútbol -interesados en conocer a las estrellas del mañana- y a los fanáticos de los países participantes.
E incluso en este caso, el nivel de atención por lo general está supeditado a los resultados.
"Ahora como estamos en la final le dan más importancia, pero al inicio en Portugal no creían mucho en la selección, entonces empezamos con una cobertura un poco más sencilla", le dijo a BBC Mundo Novo.
"Pero con los buenos resultados ahora hay un gran entusiasmo", explicó.
Aún así, el impacto sobre la imagen de Colombia en el extranjero probablemente será la principal herencia de un Mundial que también se tradujo en un pequeño aumento en el número de turistas.
Según las autoridades migratorias, entre el 10 de julio y el 15 de agosto ingresaron a Colombia 73.681 nacionales de los países participantes, lo que representa un aumento de 11,58% con relación al mismo periodo el año pasado.
Y el legado mundialista también incluye ocho estadios completamente remodelados, que hasta antes de la final habían recibido a más de 1,2 millones de fanáticos, para romper el récord histórico de asistencia de los Mundiales Sub 20.
Las instalaciones comparten además una característica impensable hace algunos años: carecen de vallas para separar a los espectadores del terreno de juego.
Es, tal vez, sólo un pequeño detalle.
Pero también un buen símbolo de cómo Colombia está cambiandoWILLIAM OSPINA 20/08/2011
En las novelas que transcurren en el Amazonas la tierra no es paisaje, sino el personaje más poderoso. A los 500 años del nacimiento de Francisco de Orellana, su descubridor, recorremos su cuenca como inspiración para escritores, pintores, músicos y cineastas
La literatura del mundo amazónico ha sido en cinco siglos un largo diálogo de mitologías. Las que concibieron en centenares de lenguas los diez millones de nativos que habitaban sus orillas a la llegada de los europeos, y las que aportaron el español y el portugués, que se consolidaban entonces y que con la aventura americana se convirtieron en grandes lenguas planetarias. Hay que leer El hablador, de Mario Vargas Llosa, o Macunaíma, de Mario de Andrade, para sentir la complejidad de los mitos indígenas y el modo libre, audaz y conmovedor como la sensibilidad mestiza los interroga y los transforma en inquietantes parábolas de la modernidad. "Una lengua", escribió Jorge Luis Borges, "es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos". Los mayores idiomas nativos de la región son el ticuna, el shipibo-conibo, el guahibo y el warao, pero, aunque decrecientes en términos demográficos, ahí están el tupí-guaraní, el mbyá, el kaiwá, el pai tavytera, el chiripá, el omagua, el ñengatú, las lenguas boras como el muinane y el miraña, y las huitoto como el ocaina, el nipode, el meneca, el murui, el nonuya y el coixoma.
"Las poblaciones y lenguas del río llegaron del mar. Lo narran los distintos pueblos en el mito compartido de las grandes anacondas"
Innumerables son las recopilaciones que se han hecho de tradiciones, relatos, mitos y sueños indígenas, pero podemos mencionar Los piros, relatos recopilados en el Perú por el sacerdote español Ricardo Álvarez en 1960; los Mitos e historias aguarunas, recopilados por José Jordana Laguna en 1974; La verdadera biblia de los cashinahuas, cuentos recopilados por el antropólogo francés André Marcel d'Ans en 1975, que ha sido llamada "Las mil y una noches del mundo indígena amazónico"; El universo sagrado, recopilado y reelaborado por Luis Urteaga Cabrera, de Cajamarca, quien convivió diez años con los indígenas shipibos; y las recopilaciones Yaunchuck I y II que recoge la literatura oral de los jíbaros huambisa, publicadas en 1994.
En la región brasileña y venezolana, el etnógrafo alemán Koch-Gruneberg recogió las leyendas e historias de los indígenas taulipangues y arecunás, que dieron a conocer un mundo rico de imaginación y de conocimientos e inspiraron en Brasil a Mario de Andrade, en una semana inolvidable de 1928, su novela Macunaíma. Es una rapsodia que mezcla el espíritu de los romances medievales y la atmósfera de las ciudades fantásticas con el ritmo de la novela picaresca para producir una de las grandes fusiones literarias contemporáneas. Su decurso es ejemplar por los rumbos que abre para la imaginación: el héroe Macunaíma, de la tribu de los tapanhumas, vence a Cí, la reina de las amazonas, la convierte en su esposa, y se apodera de la Muiraquitá, la piedra en forma de caimán que da la felicidad. Un traficante de São Paulo, Venceslau Pietro Pietra (que es en realidad el monstruoso gigante Piaimá), roba el talismán y hace que Macunaíma y sus hermanos Maanepe y Jiqué vayan a la ciudad a buscarlo y allí lo derroten. El héroe recupera el talismán, pero al volver no encuentra ya su aldea, que ha sido devastada. Le cuenta toda su historia a un papagayo, antes de convertirse en una de las estrellas de la Osa Mayor, y el narrador confiesa al final que es aquel papagayo quien se la ha contado.
Ya el nombre del Amazonas logra ser testimonio suficiente de esa tradición de desplazamientos míticos. Que unas mujeres guerreras de Tracia o de Mitilene, que lucharon con Aquiles y con los centauros, hayan terminado dando su nombre al otro lado del mar al mayor río del planeta es indicio suficiente de cómo desde hace cinco siglos se funden nuestros símbolos, de cómo se condensan en nuevos relatos y metáforas las memorias de dos hemisferios incomunicados por treinta mil años.
La selva es un laberinto insondable, pero el río es un camino abierto, una inmensa vía de comunicación que unió desde siempre a los pueblos de la cuenca, y comunicó al mundo del Caribe con las regiones andinas. Las poblaciones y las lenguas del río llegaron del mar, y así lo narran los distintos pueblos en el mito compartido de las grandes anacondas que entraron por la desembocadura y remontaron los cauces de agua.
Esta inmensa cuenca que hoy se reparten ocho países es un gran país en sí misma, el mayor sistema de aguas dulces del planeta, y es comprensible que en el Amazonas todo sea superlativo: sus mil tributarios, su extensión, su caudal, el territorio que abarca y la selva que nutre. La cantidad de agua que mueve es una suerte de océano circulante; porque es una décima parte del mundo que contiene sin embargo la mitad de su patrimonio biológico.
Grandes hechos de la historia suelen ser inesperados y pasar casi inadvertidos. Fray Gaspar de Carvajal no se habría atrevido a compararse con los altos autores del Siglo de Oro español, pero es hoy el símbolo de la curiosidad con que la lengua española registró el descubrimiento del río más largo y caudaloso del mundo y de la selva que lo ciñe. Fray Gaspar no era un literato; sólo su afición a registrar todo lo que ocurría lo convirtió en cronista accidental de una expedición fabulosa, la de Gonzalo Pizarro en busca del País de la Canela más allá de los montes nevados de Quito. Los infinitos caneleros no existían, y en vez de un bosque rojo de una sola especie los viajeros encontraron la selva amazónica, la mayor variedad de plantas del mundo, pero en aquellos tiempos esa no era una buena noticia: necesitaban oro, metálico o vegetal, y lo necesitaban enseguida.
Orellana fue desde entonces uno de los personajes de la literatura amazónica, y su carácter ha oscilado en las letras entre el héroe abnegado y sutil, conocedor de lenguas y gran caudillo de hombres del relato de Carvajal, hasta el villano que premeditadamente traiciona a Pizarro y huye con el barco de la expedición llevándose cien mil pesos de oro, la paga de los soldados, y las piedras preciosas que habían obtenido por las montañas, en crónicas como la Historia del reino de Quito de Juan de Velasco.
Veinte años después del viaje de Orellana vino la expedición al Amazonas de Pedro de Ursúa, que dio origen al ciclo literario de Lope de Aguirre. El navarro Ursúa, quien había guerreado diez años en tierras de lo que hoy es Colombia, intentó en 1561 repetir la aventura de Orellana y buscar el país del hombre de oro, pero cometió dos errores, llevarse en su expedición a la mujer más bella del Perú, la mestiza Inés de Atienza, con sus doncellas, y reclutar, entre otros villanos, a Lope de Aguirre, quien encabezó la sublevación que dio muerte a los dos amantes, se apoderó de la expedición, hizo un viaje sanguinario, y provocó libros como La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, de Ramón J. Sender; Lope de Aguirre, príncipe de la libertad, de Miguel Otero Silva; El camino de El Dorado, de Arturo Uslar Pietri; Los marañones de Ciro Bayo, y películas como Aguirre, la cólera de Dios, de Werner Herzog, o El Dorado, de Carlos Saura. Ursúa y Aguirre tuvieron sus cronistas: Francisco Vásquez, Pedrarias de Almesto, Toribio de Ortiguera, Custodio Hernández, Pedro de Munguía y Gonzalo de Zúñiga, quien también escribió un poema, La jornada del Marañón.
Algunos de estos episodios fueron versificados temprano en el poema más extenso de la lengua española, Elegías de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos, la más vasta y ambiciosa crónica de la conquista americana, el poema que descubrió América para la poesía, y una de las obras más singulares de la literatura universal. De este gran poema se han nutrido por siglos cronistas e historiadores como fray Pedro Simón en sus Noticias historiales, y fray Pedro de Aguado, cuya reconstrucción del ciclo de Ursúa y Aguirre ocupa cuatrocientas páginas de su Recopilación historial. Existe también la obra inédita El Marañón, de Diego de Aguilar y Córdoba, 1578, y el Nuevo descubrimiento del Amazonas, 1641, de Cristóbal de Acuña.
Los ocho países de la cuenca tienen cada uno una notable literatura amazónica. Baste mencionar la novela Doña Bárbara (1929) de Rómulo Gallegos, cuyo tema no es la selva y el río, pero sí la lucha entre la fuerza incontrolable de la naturaleza y el esfuerzo humano por someterla a sus leyes. No es extraño que en su personaje central se sienta vagamente volver la leyenda de la amazona, dominadora de hombres. Un lugar destacado ocupa la novela La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera, cuyo escenario sí es la selva, pero cuyo infierno son menos los laberintos vegetales que el horror de las caucherías donde las fuerzas del progreso masacraron a centenares de miles de indígenas. Larga es la lista de novelas, relatos y poemas que giran sobre el poder de la selva, pero el tema volvió renovado en La casa verde, de Mario Vargas Llosa, cuya prosa densa, abigarrada, cambiante, es como esa maraña en la que ocurren intempestivamente las cosas; donde formas, colores, temperaturas, aromas, seres, gestos y pensamientos se organizan y fluyen haciendo del lenguaje un tejido poderoso y orgánico. Hay en esta obra un esfuerzo evidente por lograr que la realidad de la selva se apodere del lenguaje, y allí, en vigoroso contrapunto, el río y la selva son lo sucesivo y lo simultáneo, lo uno y lo múltiple, lo homogéneo y lo diverso, lo que avanza hacia un fin y lo que siempre se repite, camino y laberinto, historia y mito.
Lo mismo puede decirse de la obra monumental de Euclides da Cunha, Los sertones, de 1902. Libros donde la tierra no es paisaje sino un personaje más poderoso que los otros, una fuerza que invade la lengua y le da su textura y su poder, de modo que lo que ocurre no puede separarse jamás de cómo ocurre. Novelas mestizas y mulatas como las de Faulkner, novelas río llenas de savia y sangre, de la vegetación macerada y los enigmas de la tierra fecunda, donde casi no alcanzan los tropos literarios de la tradición para dar cuenta de un mundo inabarcable, de fecundidad destructora.
Los sertones es la historia de cómo treinta mil hombres asediados por la sequía, maltratados por la pobreza y humillados por los señores, se atrincheraron en la región de Canudos y vivieron en comunidad esperando el fin del mundo bajo los sermones inspirados del predicador campesino Antonio Conselheiro, y fueron masacrados por el ejército de la joven república acusados de pretender restaurar la monarquía, cuando no eran más que pobres exaltados y místicos excluidos por una sociedad despiadada. Este mismo tema de la aventura de Conselheiro fue recreado en La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa.
Ya el Amazonas no es sólo tema de historias locales sino escenario de una gran literatura mundial. Desde los primeros cronistas del siglo XVI, pasando por los misioneros del XVII, exploradores del XVIII y el XIX como Alejandro de Humboldt, que combinaron la curiosidad de la Ilustración con la pasión del Romanticismo, novelistas como Julio Verne, Ramón J. Sender y Hartzell Spence, hasta antropólogos, etnólogos, geógrafos y botánicos del siglo XX, como Wade Davis, autor de la monumental obra El río, el mundo amazónico se ha convertido en un gran tema de estudio y reflexión a medida que la degradación de la naturaleza planetaria y el cambio climático lo señalan como la gran reserva de respuestas para los desafíos de la época.
- La cuenca se expande por Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Guyana francesa, Perú, Suriname y Venezuela.
- Es el río más largo del mundo (6.800 kilómetros) -según las últimas mediciones- y más caudaloso (230.000 metros cúbicos por segundo).
- Proporciona la quinta parte de toda el agua dulce mundial, más que las del Misisipi, el Nilo y el Yangtze juntos. Cuenta con 1.100 ríos tributarios de importancia.
- Su área es de aproximadamente 7.989.000 kilómetros cuadrados, un 40% de la extensión de Sudamérica.
- Alberga la décima parte de todos los bosques del planeta.
Norberto Ceressole, probablemente el primer asesor de medios y escritor del guion de la revolución bolivariana, perfiló el formato mediático de un albur neofascista. Una vez asaltados los medios de comunicación se establecería una relación íntima desde el poder entre Hugo Chávez y los demás a través de las pantallas, de las primeras planas de los periódicos y de la entonces incipiente Internet; se encuadraría el vínculo emocional entre el caudillo, el Ejército y el pueblo. El teniente coronel, protagonista de dos cruentas asonadas militares y un proceso electoral exitoso, asumiría la dirección y la actuación de una telenovela épica.
En Caracas, se vive la atmósfera de las Bolsas, cada uno da su diagnóstico: próstata, intestino...
Antes de Hugo la verdad era la primera víctima del poder absoluto; ahora, la aceptación de la mentira
Innumerable han sido los capítulos. En solo una década se transmitieron 1995 cadenas de radio y televisión. La revolución venezolana no tuvo una entrada triunfal en Caracas ni asaltó el Cuartel de Invierno de los Romanov. La gesta popular desde un primer momento se expresó en vivo y en directo en un estudio abierto y se le encuadró para la emisión de un espectáculo eterno; escena tras escena. La revolución bonita gana las mediciones y aviva la dialéctica melodramática entre individualidades, partidos políticos, religiosos, dueños de medios, empresarios, jefes de Estado, amas de casa, militares, actores y directores de Hollywood -Sean Penn, Oliver Stone, Danny Glover, etcétera-, y con esa entelequia llamada pueblo. Todos caben en lo que comienza a llamarse el gran culebrón bolivariano.
Podrían resaltarse algunos de sus célebres capítulos: La Constituyente. Los hermanos traidores. El golpe. El regreso. La huelga. Estás despedido. Militares en la plaza. Fidel y el mar de la felicidad. Referéndum. ¿Fraude? Bonanza. Irán y yo. Aquí huele a azufre. Plebiscito.
El encuadre más reciente lleva por nombre Cáncer.
Exterior día: el presidente sale de gira, se despide a las puertas de su avión, agita su inmensa humanidad ante las cámaras. Segundo encuadre: viaje por Sudamérica. Tercer encuadre: corta escala en La Habana para saludar a Fidel.
Mientras, lejos de las cámaras: Venezuela está sumida en una desproporcionada crisis de electricidad, desabastecimiento. Crímenes violentos y motines en las cárceles.
Argumento en La Habana: la visita de unas horas se convierte en la desaparición del héroe. Los ministros van a La Habana y regresan a Caracas, no ocultan un sesgo de preocupación, a alguien se le escapa la palabra enfermedad. El ministro de Información niega el rumor en las redes sociales: "Chávez está como una uva". Basta la afirmación anterior para que del murmullo noticioso sobre su salud replique caótica-mente. Unos diputados del partido de Gobierno lo admiten, otros lo niegan.
La primera verdad: Fidel da un parte; el presidente comandante ha sido operado de urgencia de un absceso pélvico. Con oportunidad se filtra desde la nada la palabra cáncer y borbotea por todas las grietas del show nacional. Se vive la atmósfera de una casa de Bolsa. Cada quien le juega a su diagnóstico: próstata, intestino; metástasis.
Apertura de inciso dramático: desmentido oficial. El presidente está sano. Se exige un parte médico en medio de una estampida reactiva. El ámbito oficial mantiene la ambigüedad, pero deja entrever una disputa por la sucesión. Adán, el hermano del presidente, llama a una lucha que trascienda el terreno electoral; la oposición señala un vacío de poder y reclama apego a la Constitución; el país hace aguas como si nada, escasez, inseguridad, lo de siempre como telón de fondo.
Segunda verdad y prognosis: Fidel aparece de nuevo en escena y sentencia: Hugo Chávez tiene un cáncer y vencerá. La exaltación es general, nadie desea quedarse sin opinar, todas las plataformas mediáticas se activan. Los entusiastas dicen que por primera vez en muchos años el país se atreve a pensar en una realidad sin Chávez. Los encuestadores sostienen que la ausencia mediática del presidente lo dañará irremisiblemente. (Aparte: Venezuela arde).
Tercera verdad: aparece Hugo Chávez. Poco queda de aquel corpulento y entusiasta comandante. Ha perdido kilos y está demacrado. Viste chándal como su mentor; reconoce estar librando una batalla contra la terrible enfermedad. El hombre que clamaba socialismo o muerte, a pesar de sus circunstancias puntualiza que la consigna es la vida. ¡Viviré; viviremos! (Compasión Unánime).
Tras un corto periodo de incertidumbre, de alzas y bajas en los rumores, se rompe la unanimidad compasiva y Venezuela acusa malestar al sentir a La Habana como nuevo asiento del poder. Fidel sorprende y declara: Chávez les va a dar una sorpresa a los venezolanos. El presidente Chávez arriba al aeropuerto Simón Bolívar en horas de la madrugada, allí lo espera una multitud de cámaras y micrófonos, se dirige al Balcón del Pueblo en el palacio presidencial donde es televisado ante las multitudes y cuenta su verdad. En su narrativa hará coincidir cada momento crucial de su lucha por la vida con los eventos bicentenarios de la independencia, superpondrá una simbología individual a las claves de la emancipación.
Enflaquecido pero enérgico cuenta cómo el 24 de junio, día de la batalla de Carabobo, él libraba en el quirófano la batalla por su vida; el 5 de julio, día de la firma del acta de la independencia, manifiesta su necesidad de vivir en el poder hasta el 2031, porque la revolución apenas ha comenzado. Sustituye consignas y cuestiona al color rojo como único símbolo de su revolución. Las tres fases de su proceso de sanación coinciden con las fases de la consolidación del proceso liberador que dirige. Como Bolívar en Pativilca ha decidido levantarse y vencer. La multitud grita: ¡descanse presidente! Los ministros lloran, las celebraciones bicentenarias de la Independencia comienzan, pero desaparece la emancipación como figura central del espectáculo. Las cámaras se centran en registrar las procesiones marciales, épicas, los holocaustos nacionalistas, las recreaciones de los grandes momentos de la patria en torno a la figura de un Bolívar reencarnado en las contiendas del comandante Hugo Chávez en contra de su mal.
Regresa a La Habana a recibir una dosis de quimioterapia. Héroes y villanos sacan sus cuentas. Al regresar declara que Fidel le dijo, "chico, ya tú no tienes nada, te vas a salvar". (Ovación). "Fui escaneado por un aparato espectacular y no se me encontró ni una célula maligna" (más ovaciones). Desde ese momento retoma los medios (¿alguna vez los abandonó?). A través de cadena nacional de medios de comunicación realizará sus ejercicios, tomará sus píldoras a mitad de unas letanías piadosas, muestra su espíritu de lucha atacando la unidad de los opositores: reta al imperialismo, promueve la lucha contra el sectarismo, tiende puentes a la clase media y fractura la lógica de sus aduladores: "Me han obligado a vestirme de rojo y eso es sospechoso". La audiencia recibe una nueva, está "botando" el cabello. Dos secuencias adelante, aparece rapado y le coquetea al imperio su nuevo look.
Cáncer se convierte en una pésima telenovela de alto rating universal.
Una revolución menesterosa de épica muestra los apuros de su caudillo. Su lucha contra la oligarquía, los golpes, un cólico, el imperio y ahora la olímpica contienda contra una enfermedad terminal. El arte enfermo de gobernar. El gobernante confunde el yo social consigo mismo, se convierte en el creador de la realidad. Quiebra la razón, rompe los pactos de verosimilitud sin consecuencias de aceptación. Deja de importar la verdad e interesa lo que acontece en torno a una verdad suspendida, una verdad que nunca se sabrá, una verdad, indefinible, pospuesta. Hugo Chávez ha agregado técnicas a la manipulación e integración de los mensajes: el caudillo cabalga sobre las nuevas plataformas comunicacionales, fractura el lóbulo frontal de su audiencia e inyecta el suspenso emocional en las zonas límbicas del cerebro colectivo.
Aún quedan por vivirse muchos capítulos del teleculebrón. Vendrán nuevas sesiones de quimioterapia y tardes en La Habana junto a Fidel; ambos considerarán el montaje de una agonía gloriosa, comentarán a Nietzsche y acariciarán la idea del renacimiento de Zaratustra. Antes de Hugo, la verdad era la primera víctima del poder absoluto, ahora él ha movido paradigma, la finalidad del melodrama ya no será la revelación de una verdad sino la aceptación de la mentira. La verdad subyacerá como un detalle mientras existan un guionista y un actor diestro para banalizarla y dispersarla en miles de farsas.
Israel Centeno es escritor venezolano.