Sin embargo, desde hace algunos años, las 
expresiones de quienes arriban invitados por la parte oficial se han 
transformado. Se les escucha decir que “aunque hay puntos que nos 
separan, lo mejor es encontrar aquellos que nos unen”. Las nuevas 
expresiones incluyen además la aclaración de que “representamos una 
diversidad” y de que “confluimos en el trabajo en conjunto, manteniendo 
nuestra pluralidad”. Evidentemente, las relaciones bilaterales en este 
siglo XXI ya no se conciben acompañadas de un discurso monocromático y 
unánime. Exhibir la variedad se ha puesto de moda, aunque en la práctica
 se haga una estrategia de exclusión y negación de la diversidad.
José Mujica ha agregado un nuevo giro al 
habla de los presidentes recibidos en el Palacio de la Revolución. Ha 
recalcado que “antes había que rezar el mismo catecismo para juntarnos y
 ahora, a pesar de las diferencias, logramos unirnos”. Los incrédulos 
espectadores de la televisión nacional nos preguntamos inmediatamente si
 la doctrina a la que se refiere el dignatario uruguayo será el marxismo
 o el comunismo. Según se evidencia ahora, dos presidentes pueden 
estrecharse la mano, cooperar, salir juntos en una foto sonrientes, aún 
teniendo ideologías disímiles o encontradas. Una lección de madurez, sin
 dudas. El problema –el grave problema- es que esas palabras son dichas y
 publicadas en una nación donde los ciudadanos no podemos tener otro 
“catecismo” que no sea el del partido en el poder. Un país en el que de 
manera sistemática se divide a la población entre “revolucionarios” y 
“apátridas”, a partir de considerandos puramente ideológicos. Una Isla, 
cuyos gobernantes azuzan los odios políticos entre la gente sin asumir 
la responsabilidad por esas semillas de intolerancia que siembran, 
riegan y abonan conscientemente.
La diplomacia cubana es así. Acepta 
escuchar en un visitante extranjero, lo que jamás le permitiría decir al
 que nació en esta tierra.